Hablar de una Ley de Medios supone tomar de referencia al actual modelo de acumulación económica, que surgió bajo el experimento de la dictadura y fue presidido entonces por el Ministro José Alfredo Martínez de Hoz. Como estandarte fatídico contra el desarrollismo, la maquinaria represiva desmanteló el aparato productivo del país, suspendió las libertades básicas y aplicó una política basada en el terror directo y la autocensura implícita. “Cuando haya sangre en la calle, compra propiedades”, dijo el Barón de Rothschild, allá por el siglo XIX. Parece que quienes eran dueños de la opinión pública en la Argentina durante el mal llamado Proceso de Reorganización Nacional, tomaron muy en serio los dichos del barón: hablo del convenio por Papel Prensa que el gobierno de facto tuvo con los principales medios gráficos, en su momento Clarín, La Nación y La Razón.
Con el monopolio del papel Videla compró la complicidad de quienes tenían la obligación moral, humana y profesional de revelar la sangre y exponerla a la luz, frente a una ciudadanía segada por la inocente ignorancia del ser argentino. Y vaya que duró la mentira, que llegó a picos de excentricidades como el famoso “estamos ganando” de 1982. Bajo esa mentira el gobierno de facto sancionó la ahora tan conocida Ley 22.285/80, luego de que las tres fuerzas hicieran lo que quisieran con los canales de televisión. Y digo tan conocida ya que cualquier ciudadano medio se jacta en citarla, sin al menos haberla leído o tener una noción mínima de sus artículos.
Lo cierto es que mientras el mundo miraba impávido e incomprensivo a una población que entregaba sumisa la yugular a su propio verdugo, la Junta Militar esbozaba el marco legal de lo que iría a forjar la opinión pública y parte de la formación cultural en los siguientes 30 años.
Luego llegó la democracia y el argentino se ilusionó con el retorno de las instituciones, pecó su tonta inocencia y festejó la vuelta de una sociedad regida bajo el estado del derecho. “Nunca más” se dijo, y parecía que esa rúbrica daba a entender que finalmente habíamos aprendido. Nos costó mucho dolor, pero al fin aprendimos a no ser engañados.
“Nunca se llega al fin”, le pegaron a Toni Negri, tiempo después, luego de que expusiera que con la caída del muro el capitalismo había llegado al fin de la historia. Y fue así, porque bajo alegatos tan pobres y gastados se llevó al finalizar los 90, la primera privatización del gobierno menemista. La famosa y ahora tan olvidada Ley Dromi (o Ley de Reforma del Estado), le dio la posibilidad a medios gráficos de presentarse como licenciatarios del espectro audiovisual en pugna y de constituir multimedios. Fue por entonces que, lobby mediante, Clarín se hizo de Canal 13. Así comenzó a transitar el corto sendero de una acumulación mafiosa y descabellada. Y claro, si no había dinero para las inyecciones, cómo el Estado iba a hacerse cargo de los medios de comunicación. Las cartas estaban tirada, y vaya jugada que tuvo el grupo de Noble al tirar el ancho en la primera mano.
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